Hoy se cumplen 158 años de la muerte del general Ezequiel Zamora, ocurrida el 10 de enero de 1860, víctima de un disparo traicionero desde el campanario de la iglesia, cuando se encontraba en la plaza San Carlos (estado Cojedes), asediando a los restos derrotados del ejército de la oligarquía conservadora.
Jefe indiscutible del Ejército Federal, Zamora hizo de la guerra entre los conservadores y liberales en un amplio movimiento popular liberador, que levantaba las banderas de la liquidación de la oligarquía y la entrega de la tierra a los campesinos. Los historiadores le han atribuido cualidades propias del héroe popular: valentía, constancia indomable y, como él mismo decía, horror a la oligarquía.
Ezequiel Zamora había nacido en la población de Cúa, estado Miranda, el 1º de febrero de 1817. Aunque no pudo desarrollarse del todo académicamente, pues desde joven debió trabajar para ayudar al sostenimiento de su familia, el haber aprendido a leer y escribir le valió mucho, porque le permitió tener contacto con las ideas políticas y entender la doctrina del Partido Liberal, leer acerca de la Historia Universal e informarse sobre la constante lucha de los pueblos por alcanzar la libertad.
Dedicado originalmente al comercio de víveres, su relación con el pueblo le hizo comprender el descontento social ante la crisis económica que asolaba al país desde la guerra de la independencia y, acogiendo las propuestas de Antonio Leocadio Guzmán, se une a él, convirtiéndose en el Jefe regional de los Liberales.
El 7 de septiembre de 1846, Zamora se alza en Guambra, proclamando las consignas “Tierra y hombres libres” y “Respeto al Campesino y Desaparición de los Godos”, lo que le haría ganar la devoción popular y el nombre de «General del Pueblo Soberano».
Bajo la dirección de Ezequiel Zamora, la campaña del Ejército Federal condujo a sucesivas derrotas de los godos en 1859. El 10 de diciembre de ese mismo año, en la batalla de Santa Inés (estado Barinas), quedaron diezmados los conservadores, y se abrió el camino hacia Caracas y la victoria definitiva. Después de Santa Inés, Zamora se dirigió hacia el centro del país a través de Barinas y Portuguesa, pero antes de aproximarse a Caracas resolvió desalojar a los restos conservadores de la ciudad de San Carlos.
Durante las acciones para la toma de la plaza, mientras dirigía una operación de aproximación a las trincheras enemigas, recibió un balazo en la cabeza disparado por un francotirador colocado en el campanario de la iglesia. El asesinato de Zamora fue producto de una conjura fraguada por la oligarquía conservadora, que se valió de una traición dentro de las filas liberales.
Su inesperado deceso cambió el rumbo favorable que llevaba la guerra para los federalistas y produjo la pérdida de quien para muchos fue el más importante líder popular del siglo XIX venezolano. Sus restos fueron trasladados a Caracas y colocados en la iglesia de la Santísima Trinidad, actual Panteón Nacional, el 13 de septiembre de 1872.
“No habrá pobres ni ricos, no habrá esclavos ni amos, no habrá poderosos ni desdeñados; a partir de ahora, todos seremos hermanos y nos trataremos de igual a igual, como hermanos”, fue la proclama más emblemática que, poco antes de ser asesinado, dejó por escrito el general Zamora.
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