Llegaron por primera vez a la Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977. Eran catorce madres que nada sabían de sus hijos desaparecidos. “Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”, recordó Mirta Acuña de Baravalle, una de las protagonistas aún vivas de aquella ronda iniciática. Otra es Haydée Gastelú de García Buelas. Las dos repasaron con PáginaI12 el camino que recorrieron en estas cuatro décadas.
Era un sábado de fines de abril. Hacía calor, todavía, y la Plaza de Mayo estaba libre del trajín oficinista de los días hábiles. Pasó mucho tiempo, pero Haydée Gastelú de García Buelas mira para arriba como intentando atrapar recuerdos en el aire y, de repente, parece esquivar las palomas que la encerraban mientras avanzaba por la plaza. “No había turistas como ahora”, cuenta sobre aquel 30 de abril de 1977 en el que el vacío de su vida la empujó a encontrar a pares en el vacío de la plaza. “Vi a un grupo de mujeres frente a la catedral y me acerqué. ¿Disculpen, ustedes por qué están acá?” María Adela Gard y sus tres hermanas, Julia, María Mercedes y Cándida, habían llegado al punto de encuentro por la misma razón que Haydée y que Mirta Acuña de Baravalle, quien avanzó desde la otra punta de la plaza. Mirta aclara, 40 años después: “La idea era juntarnos con quienes estuvieran buscando a alguien, dio la casualidad que terminamos siendo 14 madres que buscaban a hijos e hijas que habían desaparecido. Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”. Aquella tarde no alcanzaron a dar ni media vuelta al monumento a Manuel Belgrano, que mira sin obstáculos a la Casa Rosada. Pero fue suficiente: fue la primera media ronda de las Madres de Plaza de Mayo.
En Mirta y Haydée vive la historia sobre el comienzo de la organización de derechos humanos más emblemática de la Argentina. Son las únicas de ese grupo fundador que no solo viven sino que participan activamente de la línea fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Mirta tiene 92 años. Camina lento, el mismo ritmo con el que habla y responde correos electrónicos. Su pelo cano se camufla con el pañuelo blanco que lleva el nombre de Ana María Baravalle, secuestrada en agosto de 1976 embarazada de 5 meses. Haydée cuenta 88 años y divide su tiempo entre el cuidado de su marido y “las tareas en Madres”. Cuando se les pregunta por el cuadragésimo aniversario de la organización que fundaron, lo hacen con sorpresa: “40 años ya, qué bárbaro”. Un poco porque no se imaginaron nunca que serían Madres de Plaza de Mayo desde aquel 30 de abril de 1977 y para siempre; otro poco porque “cuando uno busca un hijo no anda registrando qué hace, cuántas veces lo hace, cuándo lo hace”, apunta Mirta para justificar sus lagunas en términos de fechas concretas. El argumento vale, pero no solo para eso: “La ausencia se vuelve eterna y entonces ya no importa si son tres años o cien que buscás y esperás que el abrazo vuelva. Es para siempre”.
La amalgama
“Vos la escuchabas hablar y te dabas cuenta de que sabía cómo hacerlo, sabía cómo hacerse escuchar sin gritar, sabía convencer y sabía escuchar a los demás”, describe Haydée a Azucena Villaflor. “Madre tallarinera”, le decía y aún la sigue imaginando en la cabecera de una larga mesa familiar de domingo. La primera vez que se cruzó con Azucena fue en la “sala de espera” de la vicaría castrense de la Iglesia Stella Maris, pegada al edificio Libertad de la Marina, en Retiro, pero no la escuchó hablar. “Una señora de las tantas con las que compartíamos la espera en silencio se acercó y me entregó un papel chiquito, doblado”. Recuerda que lo envolvió fuerte en su puño, lo metió en la cartera y lo abrió cuando llegó a su casa: “Tenemos que encontrarnos mañana en Plaza de Mayo”, decía el papel, que fijaba hora también.
La espera silenciosa era para entrevistarse con Emilio Grasselli, secretario de la vicaría castrense. El lugar era una boca –cerrada– a la que madres, padres, hermanos, tíos acudían en tiempos de terrorismo de Estado en busca de información sobre sus familiares desaparecidos. Cada entrevista con Grasselli era una burla. “Siempre te tiraba de la lengua para ver si podía sacarte algo de información. Nunca nadie se fue de ahí con un dato certero”, recuerda Haydée. Era viernes 29 de abril de 1977 cuando, entre expectativas por novedades sobre Horacio, su hijo de quien no había vuelto a saber desde el 7 de agosto del año anterior, en Banfield, Haydée recibió el papelito de Azucena. Pese a las advertencias de su marido, acudió a la cita.
A la hija de Mirta, Ana María, también la habían secuestrado en agosto del 76. Veinte días después que a Horacio, pero en San Martín y junto a su esposo y padre del bebé que estaba esperando. “Ese día me dí cuenta de que salía a buscarla o me moría. Sin tener idea de lo que significaba esa búsqueda, esa lucha, sabía que si me quedaba llorando, me iba a morir pronto”, reflexiona la Madre que para marzo de 1977, ya había aprendido lo que era un hábeas corpus, cómo debía redactarse y adónde debía presentarse; había recorrido morgues, comisarías y ministerios. “No me acuerdo bien a qué tantos lados fui sola, porque no andábamos registrando qué hacíamos, qué día, a quién veíamos. Buscábamos información y éramos muchos”, puntualiza. Tampoco sabe cómo consiguió una entrevista en la Casa Rosada uno de los últimos días de aquel marzo, de la que salió sin ningún dato certero. “Cuando voy cruzando a la plaza, un grupo de mujeres paradas ahí cerca del monumento a Belgrano me preguntan qué me habían dicho. Cuando les conté que nada, una de ellas protestó que a todas les decían lo mismo, que no podíamos seguir buscando por separado. Nos sentamos en un banco y ella sacó un tejido, para disimular que estábamos charlando, porque había estado de sitio y no se podía hacer reuniones en la vía pública”, detalló. Azucena era la del tejido, una estrategia que repitió algunos días antes de la tarde del 30.
Mirta llegó con Azucena y Pepa García de Noia a la Plaza ese sábado. Como Haydée, asegura que “no había más que palomas”. La mamá de Horacio ya estaba junto a María Adela y sus hermanas. “Me animé a acercarme a ellas porque vi que no llevaban cartera, sino un monederito sujetado de su mano. Como yo, que no quise llevar bultos para que los militares no creyeran que podía tener armas guardadas –señala Haydée–. Cuando les pregunté por qué estaban ahí me contestaron que una mujer les había dado un papelito. A lo lejos la vimos llegar por el lado de la Casa de Gobierno.”
Además de Mirta, Haydée y las Gard, estaban Berta Braverman, la “jovensísima” Delicia González y Elida de Caimi. También Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Antonia Cisneros, Ada Feingenmüller de Senar y una chica que nunca quiso dar su nombre y que buscaba a su hijo también. Se reunieron en el Monumento a Belgrano, donde Azucena les explicó por qué las había citado. “Nos dijo que teníamos que buscar juntas porque juntas podíamos llegar a algo, que separadas no íbamos a lograr nada”, reprodujo una. “El objetivo era que la gente nos viera, pero también que Videla nos reciba. Ya habíamos probado una a una y no nos había dado bola. Si éramos muchas, Azucena pensaba que sí”, sumó la otra. Ambas recuerdan que, desde la Casa de Gobierno, los soldados las controlaban fijo. Es conocida ya su estrategia: cada dos, se tomaron del brazo y se pusieron a caminar en torno del Monumento. “Ni media vuelta dimos, los soldados nos echaron ese sábado”, revela Mirta. No pararon más.
Las primeras vueltas
Mirta pide “aclarar un poco la historia”: “Azucena no pensó en reunir a madres. La idea era juntarnos con quienes estuvieran buscando a alguien, simplemente. Pero dio la casualidad que terminamos siendo 14 madres que buscaban a hijos e hijas que habían desaparecido. Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”, discute. Como eran madres, entonces “a alguien se le ocurrió que nos llamáramos Madres de Plaza de Mayo”.
Las siguientes “rondas” se hicieron los viernes para cumplir con el objetivo de “que la gente se enterara”. Rápidamente pasaron a los jueves debido a que una de las 14 fundadoras advirtió que “los viernes era día con r y traía mala suerte”, menciona Haydée. Las primeras semanas fueron pocas, aunque “cada día se sumaban dos o tres al grupo”.
No llevaban pañuelos en la cabeza aún –acordaron identificarse con una tela blanca en la cabeza, un pañal de sus hijos, en la procesión a Luján que sucedió ese mismo año–. Tampoco carteles con los nombres de sus desaparecidos. “Eran tiempos muy bravos y aunque nos animábamos a la calle, el miedo de que nos fueran a echar, o a detener, como pasó varias veces, no nos lo sacábamos de encima. Vivíamos entre ese miedo y la necesidad de encontrar a nuestros hijos”, añade la mamá de Horacio. Sin embargo, un grupo de mujeres dando vueltas en torno de un monumento llamaba la atención: “No se nos acercaban, no preguntaban, pero miraban.”
Fueron creciendo en número, pero, durante las primeras semanas continuaron caminando de a dos, cuchicheando con la compañera de al lado quién era su hijo o hija desaparecido. El primer “dato nuevo” que compartieron esas primeras 14 lo reveló María Adela. Haydée lo destaca: “Me acuerdo que contó lo que su nuera, que había sido secuestrada y liberada a los días, vio: galpones con chicos y chicas todos juntos. Fue el primer dato que tuve yo de dónde podrían haber llevado a mi hijo.” Eran poquitas, aún, cuando cada dos por tres eran mandadas a sus casas por militares. Una vuelta, Mirta se animó a contestarle a un soldado. “Ustedes son también víctimas de aquellos”, le dijo, revoleando la cabeza hacia la Casa Rosada. La Madre a su lado le apretaba el brazo. “¿Qué se pensaban? ¿Qué nos iban a llevar a nuestros hijos y nosotras nos íbamos a quedar de brazos cruzados? Aquellos tienen muy poca inteligencia, deciles. No pensaron qué hacer con nosotras y ahora tienen un problema”, continuó. El soldado, en silencio, la acompañó hasta la calle. Mirta y todas las demás debieron volver a sus casas.
“Cuando llegamos a 70 recuerdo que toqué el cielo con las manos”, sonríe Haydée. En pocas semanas la ronda de los jueves se mudó a la Pirámide de Mayo y siguió creciendo. La Plaza fue el único punto de encuentro durante meses. Además de girar en torno a la Pirámide, también organizaban visitas a organismos del Estado, presentaciones de hábeas corpus, acudían a Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, que muchas de ellas ya conocían; a la Liga Argentina Por los Derechos del Hombre y a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. “Nos juntó la búsqueda de nuestros hijos e hijas, no es que decidimos conformar una organización con determinados intereses. Sobre la marcha fuimos naciendo”, remarca Mirta, quien no solo fundó Madres, sino también Abuelas de Plaza de Mayo junto a otras mujeres que además de buscar a sus hijos o hijas querían encontrar a sus nietos. Como Ana María, cerca de 500 chicas fueron secuestradas embarazadas. “No somos heroínas”, suma Haydée. “Somos madres que por amor buscamos a nuestros hijos”.
Lo construido y lo legado
Sobre la marcha, fueron naciendo, dice Mirta. Nacieron Madres desde el dolor que significa una ausencia, crecieron con ese dolor a cuestas y se sobrepusieron a otros, como el secuestro de Azucena, Mary y Esther, las leyes de la impunidad, el pacto de silencio. “Azucena tenía razón en eso de que juntas podíamos obtener respuestas. Pasaron todos los gobiernos y a todos les pedimos la aparición con vida de nuestros hijos, Justicia total. Algunas respuestas llegaron 30 años después, con los juicios”, evalúa la mamá de Ana María, sin tener, a casi 40 años del secuestro de ambos, novedades sobre ella ni de su hijo. Mirta solo sabe que su nieto nació en enero del 78. Para ella, participar con el pañuelo blanco de protestas “por mejoras sociales” es “una manera de reivindicar a mi hija, a mi yerno, a todos los desaparecidos, es reivindicar a su generación”.
Haydée coincide en darle la razón a Azucena y se siente orgullosa de que, a 40 años después –y que más allá de la separación de Hebe de Bonafini, que junto a un grupo de madres que la siguieron fundó la Asociación Madres de Plaza de Mayo–, la unidad se mantiene “aún a pesar de las opiniones diferentes que podemos llegar a tener”. Confiesa que el vínculo con los gobiernos kirchneristas “marcaron un poco” las diferencias aunque agradece que “Néstor (Kirchner) fue el que nos abrió el camino en la política pública, que reconoció a los derechos humanos como política de Estado, el primero que pidió perdón”. Con la Justicia, en cambio, está enojada. “Después del fin de la dictadura, (Raúl) Alfonsín fue muy importante para el avance de la Justicia, que después se frenó con (Carlos) Menem y repuntó con Néstor y Cristina (Fernández de Kirchner). Pero ahora está todo mal otra vez. Los juicios no empiezan y los que están haciéndose, como el de ESMA, se hacen a cuentagotas. Nosotras no tenemos más tiempo para esperar”, advierte.
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