(Maracaibo, 1810 - Madrid, 1860) Escritor y filólogo venezolano. A partir de 1835 preparó su obra más importante, Resumen de la historia antigua y moderna de Venezuela, publicada en París en 1841. Enviado a Europa como agente del Gobierno venezolano para solucionar litigios de fronteras, llegó a Sevilla y se nacionalizó español en 1843. Colaboró en publicaciones de carácter liberal en las que expresó su ideario de tipo humanista y cristiano. Autor del primer diccionario de galicismos del idioma español, fue asimismo el primer hispanoamericano que formó parte de la Real Academia Española de la Lengua (desde 1853). Como filólogo destacan su Diccionario matriz de la lengua castellana (1854) y el Diccionario de galicismos (1855).
Hijo de Miguel Antonio Baralt y Ana Francisca Pérez, su madre había nacido en la República Dominicana, un hecho importante porque, a raíz de la convulsa situación bélica que vivía entonces Venezuela (nació precisamente el año en que comenzó el proceso de independencia de España), la familia decidió trasladarse a Santo Domingo; allí transcurrió su infancia. De vuelta a Maracaibo en 1821, al comienzo de su adolescencia fue al parecer testigo de los últimos coletazos bélicos que llevaron a la independencia de la actual Venezuela; en concreto, de la batalla naval del lago de Maracaibo (24 de julio de 1823). Acompañado de su tío carnal, Luis Baralt, en 1827 se desplazó a Bogotá (Colombia), en cuya universidad cursó estudios de latín y filosofía, y obtuvo el grado de bachiller (1830).
Eran tiempos en los que Bolívar había tomado medidas dictatoriales para afianzar la ética eclesiástica en el seno de las instituciones educativas; sin embargo, la vocación de Baralt parecía estar orientada hacia la literatura y, tal como explicaban sus compañeros de aula, hallaba en el estudio de los clásicos griegos la fuente de sus más vivas pasiones. Con ello, y sin reparo al hecho de que su tío y tutor en Bogotá, Luis Baralt, fuera diputado y presidente del Congreso Admirable, regresó a Venezuela en los albores de la separación de Venezuela de la Gran República de Colombia, con intención de participar en esa segunda independencia. El joven "Oficial único de la Administración de Correos del Departamento del Zulia", cargo del cual fue investido a su llegada, portaba entonces el contagio juvenil de las ideas separatistas que, asociadas al concepto de libertad, habitaban en la universidad capitalina de la Nueva Granada.
En Maracaibo lo esperaría, además de su encuentro con las milicias, la "escuela literaria y periodística" de su padre, librero y director del diario El Constitucional; en sus páginas se desplegarían los primeros escritos de Baralt. Después de participar en la llamada Campaña separatista de Occidente (1830) bajo el mando del general Santiago Mariño, de quien era secretario y oficial de su Estado Mayor, se trasladó a Caracas con la intención ciega todavía de participar en el ensamblaje de la nueva República. En esa ciudad terminaría su coqueteo con la carrera de milicias, llegando a obtener el grado de capitán por su participación en el sofocamiento de la llamada Revolución de las Reformas de 1835, para prodigar su pluma y su elocuencia en las páginas de los diarios y en el seno de la Sociedad de Amigos del País.
De esta forma, y ya con cargo de agrimensor en el Ministerio de Guerra e Interior del gobierno de José María Vargas, dio a conocer su prosa inteligente de poeta y ensayista. Sin embargo, puede decirse que fue una suerte de "Política de Estado", sedienta de relato patrio, lo que terminó de animar a Baralt a revertir la cantidad de recopilaciones de datos y documentos que ya había hecho y que le faltaba por hacer en las páginas de un libro de historia: el Resumen de la historia de Venezuela. Contaba con el antecedente de haber organizado y publicado el archivo del general Santiago Mariño, cuyo único ejemplar se encuentra en la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Y de 1837 data la fecha oficial en la cual el todopoderoso de la nación, José Antonio Páez, solicitó al escritor la publicación de aquel libro que, en prosa clásica y hermosa, objetivó por mucho tiempo el pasado de la nación.
Elaborado y escrito entre los años 1838 y 1840, el Resumen de la historia antigua y moderna de Venezuela era el primer ensayo de su género que se escribió en Venezuela y constituyó una obra básica en la formación de la cultura venezolana. Los méritos del libro, desde luego, abarcan por igual las excelencias de estilo y forma en que fuera escrito y la sobria imparcialidad y el indiscutible sentido crítico de casi todos sus análisis, muchos de los cuales han conservado plenamente su justeza hasta nuestros días. Historiador de una época en que todavía los sucesos descritos estaban demasiado frescos para una interpretación desapasionada, Baralt logró, sin embargo, elevarse por encima de todos los escollos hasta ofrecer una obra que (dadas su espléndida prosa y la hondura de sus interpretaciones históricas referentes a la Venezuela de su tiempo) lo convierte en uno de los pensadores más excepcionales del mundo de habla española.
En forma inversa a la amplitud de su relato de trescientos años de acontecimientos, la permanencia de Baralt en Venezuela fue breve y terminó precisamente con la publicación de la obra. La ciudad de París sirvió como escenario para que Baralt diera formato de imprenta a los tres volúmenes del Resumen de la historia de Venezuela, que editó, en 1841, en coautoría con Ramón Díaz Martínez; además, la estancia de Baralt en esa ciudad tuvo la finalidad, no menos honrosa, de colaborar en la publicación de la gran obra de Agustín Codazzi: Resumen de la geografía de Venezuela. Ambas, la Historia del uno y la Geografía del otro, constituirían por mucho tiempo una suerte de "libros pedestales" de la República. Pero la obra de Baralt no gustó a quienes a la sazón pretendieron leer en ella una simple apología del presente; la rigurosidad documentalista del historiador construyó un relato en el cual "los hechos hablaban por sí solos", destacando en todo momento el rol del Libertador en el proceso emancipatorio; en esos tiempos, el nombre de Simón Bolívar estaba absolutamente desprestigiado y el Resumen de la historia de Venezuela de Baralt fabricaba su reivindicación.
En 1843, después de haber regresado de París, se marchó de nuevo a Europa, de donde nunca regresó. El propósito inicial de ese viaje fue el de colaborar con el plenipotenciario Alejo Fortique, ante el gobierno londinense, en la negociación de los límites de Venezuela con la Guayana Inglesa; y con ese mismo propósito se marchó hacia los archivos de Sevilla. En 1845 la paradójica España, que anunciaba una revolución mientras asentaba su identidad en los aposentos de la Real Academia de la Lengua Española, lo sedujo de manera definitiva, y tomó por casa la ciudad de Madrid. Con un "Adiós a la patria" en verso, y junto a su esposa Teresa Manrique, se despidió desde la distancia de aquel lugar que no había recibido con agrado las verdades y desventuras de su mirada racionalista de la historia.
El contagio fue inmediato: de las filas del Partido Progresista y luego de la Unión Popular a redactor principal de El Siglo de Madrid y colaborador ocasional de El Tiempo y El Espectador; y de ahí a la publicación de La libertad de imprenta, compilación de sus mejores artículos, y de Los partidos políticos en España, obra crítica que señala la confluencia de fuerzas políticas y la resistencia al proceso de modernización del estado español. Nemesio Fernández Cuesta se convirtió entonces en el coautor de turno de las obras de Baralt; aproximadamente, catorce fueron las publicaciones hechas en conjunto, entre las que se destacan la novela El hábito hace al monje; las Obras políticas, sociales y económicas, y Lo pasado y lo presente.
Este último tema, el de los grandes cambios que se estaban experimentando en la sociedad de entonces y los mecanismos para promover su sana asimilación institucional, le animó desde entonces hasta el final de sus días, y se propuso canalizarlo en el campo del pensamiento que colmaba verdaderamente sus pasiones: el estudio de la lengua española. El sentido que tuvieron para Baralt la elaboración de aquellos diccionarios que tanto le costaron y que tanto lo cuestionarían, uno matriz de la lengua castellana y otro de galicismos, no era otro que el de hacer institución de la lengua y prepararla para una correcta transformación.
La Real Academia de la Lengua Española no tardaría en halagar el intelecto de Baralt al nombrarlo, en 1853, miembro numerario en sustitución del Marqués de Valdegamas, Juan Donoso Cortés. En el discurso pronunciado por Baralt ante los miembros de la institución con motivo de su incorporación a la misma, se encuentra, en forma de relato crítico, la conclusión de un pensamiento político rigurosamente construido, convertido en teoría de la lengua. Baralt era uno de los pocos que, para la fecha, comprendía la función del lenguaje como un dispositivo claro de construcción de realidad.
Esta concepción lo llevaría, sin más, a denunciar las transformaciones que se estaban produciendo en la lengua a propósito de la incorporación del pensamiento racional, científico y filosófico en el seno de su sintaxis. Baralt, aunque difusamente, lo veía con temor. Se trataba entonces del contexto en el cual se estaba gestando la modernidad en la política, en las artes y evidentemente en el lenguaje; Baralt denunciaba tales cambios con cierto terror y afirmaba que la forma mediante la cual la lengua podía mantener su riqueza era, precisamente, promoviendo una incorporación racional de tales cambios en su seno, creando para ello una suerte de "memoria de la lengua". Ella serviría de puente de continuidad entre lo anterior y lo presente, y garantizaría simultáneamente la pervivencia de aquellos códigos y relaciones que, ya por sí solos, se bastaban para, como en ninguna otra lengua, construir tantos escenarios de realidad como resultaran posibles.
Si bien fue denunciado como "purista de la lengua", en el fondo Baralt no negaba los cambios, aunque sí temía a la anarquía. De ahí la justificación de sus últimas obras, que muchos nostálgicos de su obra histórica vieron como un esfuerzo inútil: ¿por qué un genio de tal naturaleza tuvo que dedicar su vida a la fabricación de diccionarios? Sin embargo, su discurso de ingreso en la Academia contenía argumentos de sobra; incluso hay muchos autores que señalan que tal discurso representa el mejor escrito que Baralt haya producido jamás. Por otra parte, tanto su Diccionario matriz de la lengua castellana (1854) como el Diccionario de galicismos (1855) son dos modelos de impecable pureza que demuestran de un modo absoluto las grandes capacidades lingüísticas y el asombroso talento del fecundo erudito venezolano. Aunque no pudo llevar a término su Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana, la Real Academia de la Historia conserva en sus archivos 10.621 fichas de esta compilación.
Rafael María Baralt fue, sin duda, un intelectual de renombre en la España de 1850. Tal prestigio lo llevaría, a su vez, al desempeño de cargos públicos como director de la Gaceta y administrador de la Imprenta Nacional, cargos de los cuales sería destituido, en 1857, por causa de las intrigas que ante el gobierno de España hiciera el recién constituido gobierno de la República Dominicana. Baralt había sido hasta entonces embajador plenipotenciario de aquella nación que, en cierto modo, también era la suya, pues vio nacer a su madre, Ana Francisca Pérez, y en la cual había vivido también junto a su padre, Miguel Baralt, desde 1810 hasta 1821.
Después de que Baralt hubiera intercedido ante el gobierno español para que reconociera la independencia de esa disputada isla, el nuevo presidente dominicano violó la correspondencia que había mantenido el gobierno con su embajador y reveló ciertas injurias que Baralt habría pronunciado contra España, escenario de su nueva nacionalidad, y a favor de los dominicanos en el conflicto. El fallo de los tribunales fue a favor del escritor, quien, sin embargo, nunca se recuperaría de los sinsabores de aquellas destituciones. En 1860 murió Baralt melancólico y dolido por todo aquello, quizá por abatimiento y en todo caso de forma prematura, a los cincuenta años de edad.
Entre los eventos que abrigó la apoteosis inaugural de la Plaza Bolívar de Caracas, en noviembre de 1874, hubo uno que, acaso por su exceso de normalidad, era capaz de relatar por sí solo el significado que tuvo Rafael María Baralt para el nacimiento de la República de Venezuela. Entre los objetos que componían la "ofrenda al busto del Libertador" (el compendio de las constituciones que se habían sucedido hasta la fecha, los diarios y las monedas de la época, un ejemplar de la Gaceta Oficial, un grabado del "Ilustre Americano" y la Geografía de Agustín Codazzi), se encontraban los tres volúmenes del Resumen de la historia de Venezuela de Baralt. Este "historiador de la prosa neoclásica" había muerto catorce años antes en la lejana Madrid de sus dos últimas décadas, sin sospechar quizá que aquel legado que había dejado a la nación en 1841 se había convertido en uno de los emblemas de la patria que, a propósito de tal obra, se jactaba de tener historia. En aquella época en la que Venezuela inauguraba sus diversos rostros y fachadas de modernidad, la obra de Baralt era, sin duda alguna, "El Libro de la Nación".
Curiosamente, nunca más se habló de Rafael María Baralt en los términos de un riguroso documentalista, de un pensador y ensayista político, o de un estudioso de las letras y teórico de la lengua, sino en los de un "memorialista a sueldo" de aquella República que, desde entonces, se erige sobre la gloria de sus héroes. La simbología de todo aquello, el hecho de que el Resumen de la historia de Venezuela de Baralt haya sido enterrada bajo aquel pedestal entonces majestuoso, puede dar pistas acerca del lugar en el cual también reposa su memoria. Las exigencias de un sistema político que, por primera vez, reclamaba una reflexión en torno a sí mismo para definir su identidad como nación independiente, construir un pasado acomodaticio de sangrientas conquistas y luchas heroicas y proyectarse en el futuro de la construcción de la República, en aquella Venezuela de 1835, constituía el escenario semántico que inspiró a Rafael María Baralt a intervenir en esa realidad y producir una obra semejante.
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