Tal día como hoy falleció el hombre que marcó la política argentina del siglo XX, Juan Domingo Perón. Había nacido en 1895 en el seno de una familia campesina y siguió la carrera militar hasta que en 1945 decidió dedicarse de lleno a la política. Venció en las elecciones de 1946 y ya en el poder fundó el Movimiento Justicialista, que sigue siendo una de las principales fuerzas políticas argentinas. Fueron los años en que logró gran popularidad en compañía de su segunda esposa, Eva Duarte de Perón, «Evita». Fue reelegido en 1951 y en 1955 fue derrocado por un golpe militar. Inició entonces un exilio de 18 años en Latinoamérica y España. Regresó a Argentina en 1973, año en el que ganó por tercera vez las elecciones. Tenía 78 años y estaba ya enfermo. En el ejercicio de su cargo murió el 1 de julio siguiente, siendo sucedido por su tercera esposa María Estela Martínez, «Isabelita».
El lunes 1º de julio, a las 14.10, María Estela Martínez de Perón –en ejercicio de la presidencia desde el sábado 29 de junio- anunció a todo el país el fallecimiento del teniente general Juan Domingo Perón. Poco después se conocía el parte médico en que los doctores Pedro Cossio, Jorge Taiana, Domingo Liotta y Pedro Eladio Vázquez certificaban las causas de la muerte de Perón. Decía así: “El señor teniente general Juan Domingo Perón ha padecido una cardiopatía isquémica crónica con insuficiencia cardíaca, episodios de disritmia cardíaca e insuficiencia renal crónica, estabilizadas con el tratamiento médico. En los recientes días sufrió agravación de las anteriores enfermedades como consecuencia de una broncopatía infecciosa. El día 1º de julio, a las 10.25, se produjo un paro cardíaco del que se logró reanimarlo, para luego repetirse el paro sin obtener éxito todos los medios de reanimación de que actualmente la medicina dispone. El teniente general Juan Domingo Perón falleció a las 13.15”.
Poco después de las 14.10 el secretario general de la CGT, Adelino Romero, decretaba –en señal de duelo- un cese general de actividades; medida que fue imitada por Julio Broker, titular de la CGE, quien invitó a los empresarios de todo el país a sumarse al duelo. Por un conflicto que mantenían los trabajadores gráficos con las empresas periodísticas, ese día no aparecieron los diarios en el país, que sólo pudieron dar la noticia del fallecimiento en la madrugada del 2 de julio.
Inmediatamente después de su muerte, los restos de Perón fueron instalados en la capilla de la quinta presidencial de Olivos, vestido con uniforme militar, donde se lo veló hasta las 8 del día 2. A esa hora fueron trasladados a la Catedral Metropolitana, donde arribaron a las 9.40, rezándose una misa de cuerpo presente. Colocado en una cureña, el féretro, flanqueado por granaderos, fue conducido al Palacio Legislativo. Allí permaneció hasta las 9.30 del jueves 4.
Se calcula que mientras el cuerpo de Perón estuvo expuesto en el Congreso, unas 46 horas y media, desfilaron ante el féretro casi 135 mil personas; afuera, más de un millón de argentinos quedaron sin dar el último adiós a su líder. Sin embargo, y a pesar del fuerte aguacero –hasta las 9 del jueves 4 llovieron sobre Buenos Aires 14 milímetros-, una multitud incalculable se concitó a lo largo de las avenidas Callao y del Libertador para rendir homenaje –al paso del cortejo- al presidente desaparecido. Dos mil periodistas extranjeros informaron de todos los detalles de las exequias.
Tres primeros mandatarios llegaron a Buenos Aires para sumarse al duelo de los argentinos: Juan María Bordaberry, de Uruguay; Hugo Banzer, de Bolivia, y Alfredo Stroessner, del Paraguay. Antes de que se iniciara la marcha hacia Olivos, en el Congreso, doce oradores despidieron al muerto: Benito Llambí, en representación de los ministros; José Antonio Allende, por los senadores; Raúl Lastiri, en nombre de los diputados; Miguel Ángel Bercaitz, por la Corte Suprema de la Nación; el teniente general Leandro E. Anaya, en representación de las Fuerzas Armadas; el gobernador riojano Carlos Menem, en nombre de sus colegas de todas las provincias; Ricardo Balbín, por los partidos políticos; Duillo Brunillo y Silvana Rota, por el Partido Justicialista; Lorenzo Miguel, de las 62 Organizaciones; Adelino Romero, de la CGT, y Julio Broker, por la CGE. En Olivos, el féretro fue conducido a pulso desde la cureña hasta la capilla de Nuestra Señora de la Merced; una salva de 21 cañonazos prologó la misa y el responso pronunciado por el capellán de granaderos Héctor Ponzo.
Su muerte provocó en la mayoría del pueblo un sentimiento de tristeza y desazón por la desaparición de su líder, del hombre que nunca los había defraudado, que siempre antepuso el interés del pueblo a su interés personal.
Para los no peronistas su muerte provocó inquietud y temor pues el momento político era, probablemente, el más complejo de toda la historia argentina. La violencia política era el clima cotidiano. Y también ellos sabían o percibían que solo el General podía controlar los desbordes que se sucedían día a día.
Del lunes al viernes el país quedó paralizado. Una sensación de vacío y desconcierto por lo que vendría se instaló en el alma de las mayorías populares.
La coyuntura política al tiempo de su muerte era compleja pero manejable. La mayoría de los partidos políticos, aunque con reparos, acompañaban al gobierno, la economía estaba en crecimiento, aunque ya los grandes conglomerados económicos comenzaban a llevar adelante acciones para desestabilizarla como el desabastecimiento de mercaderías, la mayor parte del pueblo argentino lo apoyaba, y los choques con la izquierda peronista aunque crecían no habían llegado a un punto de no retorno.
El gran problema estaba en el interior del peronismo. El pacto social que Perón había imaginado para salir del estancamiento económico y el consecuente acuerdo de precios comenzaba a desbaratarse por la puja entre sus dos principales actores: la Confederación General Económica, liderada por José B. Gelbard y Confederación General del Trabajo, a cargo en ese momento de Adelino Romero. Lo cierto es que estas dos columnas de la comunidad organizada, que Perón propusiera poco antes, comenzaron una irresponsable lucha que impidió un acuerdo estable y duradero.
En ese marco el clima político era sumamente volátil, contradictorio y confuso. Los aparatos internos del peronismo de izquierda y de derecha peleaban por imponer su supremacía. Esto desembocó en una conflictividad cuya expresión más notoria fue el enfrentamiento entre los distintos grupos guerrilleros, las fuerzas armadas y de seguridad y los grupos paramilitares.
Perón había triunfado en las elecciones llevadas a cabo el 23 de septiembre de 1973 obteniendo el 62% de los votos, una mayoría aplastante y excepcional, que presagiaba que podría manejar el complejo escenario político argentino.
Pero el tiempo no le alcanzó. El 18 de junio, un edema pulmonar lo postró en la cama de la que ya no volvería a levantarse.
Ese 1º de julio fue un día nublado, lejos de aquellas radiantes jornadas peronistas de antaño. El hombre que desde 1945 tenía un contrato tácito con el pueblo estaba a punto de dejarnos para siempre.
El pueblo argentino era consciente de lo que venía. No se engañaba. El vacío político era imposible de llenar. El sentimiento de orfandad se extendió como una manch
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