(Curpa, 1790 - Nueva York, 1873) Caudillo de la independencia venezolana, fundador y presidente de la Cuarta República de Venezuela. Al frente de su ejército de llaneros, contribuyó al triunfo del movimiento emancipador liderado por Simón Bolívar; el mismo Libertador destacó su papel en la decisiva batalla de Carabobo (1821), con la que quedó definitivamente afianzada la independencia de Venezuela.
Sin embargo, pese a la fidelidad y compromiso con el Libertador que había mostrado en las campañas militares, José Antonio Páez nunca asumió plenamente el proyecto de Bolívar de integrar las colonias liberadas en la «Gran Colombia» (1819-1830), confederación que agrupó los territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Poco respetuoso con la cadena de mando y con cierta tendencia a extralimitarse en sus funciones como comandante en jefe del departamento de Venezuela, José Antonio Páez terminó liderando a partir de 1826 «la Cosiata», movimiento separatista venezolano que conduciría en 1830 a la desmembración de la Gran Colombia.
El mismo Páez dirigió la transición a la nueva Venezuela independiente, que se constituyó en República (la cuarta) y lo eligió como primer presidente (1831-1835). Reelegido para el período 1839-1843, el peso de su inmensa influencia política se dejaría sentir hasta 1847, e incluso en los tiempos del «Monagato» (1847-1858) y la Guerra Federal (1859-1863), etapas en que los liberales intensificaron la lucha contra la conformación conservadora que Páez había impreso a la República.
El Centauro de los Llanos
Muy lejos de la Caracas criolla de ímpetus revolucionarios y asideros conservadores de finales del siglo XVIII, José Antonio Páez nació en Curpa, en el actual Estado de Portuguesa, el 13 de junio de 1790. Descendiente de canarios, era hijo de Juan Victorio Páez y María Violante Herrera, ambos de fortuna muy escasa. La familia se encontraba más bien desarticulada; el padre vivía en la ciudad de Guanare y trabajaba para el gobierno colonial en un estanco de tabaco, mientras la madre iba asignando destinos a sus ocho hijos.
Cuando tenía ocho años de edad, Páez fue enviado por su madre a estudiar en una pequeña escuela de Guama. Obviamente, las letras no alentaban las expectativas de aquella familia, pues la colonia no reservaba muchos derechos para las clases desposeídas. Sin embargo, nada de esto sería impedimento para que su hijo se formara en aquello por lo cual se distinguiría. La escuela de Páez fue la que ofrecían los Llanos de Apure, y su estirpe era la del llanero. Grandes extensiones de tierras con vastos pastizales húmedos, secos o inundados, según la temporada, componían el paisaje de esta especie de hombres, cuya actividad era lidiar con las bestias del ganado caballar y vacuno en un horizonte que sólo se comprendía a sí mismo.
Huyendo de un incidente que le costó la vida a un bandido que quería asaltarle, Páez se internó en los Llanos y se empleó como peón en el hato de La Calzada, propiedad de Manuel Pulido. Bajo las órdenes del negro Manuelote, esclavo de Pulido y capataz de la hacienda, aprendió todo aquello que un llanero debe saber: ojear el ganado, medirse en el rodeo, armar la yunta, herrar, enlazar, colear. Para todo ello tuvo que aprender a montar de forma tal que su cuerpo se fusionara con la bestia hasta parecer un centauro. "Imagínese el lector cuán duro debía ser el aprendizaje de semejante vida (diría Páez en su autobiografía), que sólo podía resistir el hombre de robusta complexión o que se había acostumbrado desde muy joven. [...] Mi cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada difícilmente habría podido darle."
La ganadería se había convertido en ese entonces en un sustituto importante del arruinado comercio del cacao, y ello atrajo a muchos comerciantes a fundar haciendas allí donde conseguían rodear a unas cuantas bestias salvajes. Tal era el caso de Manuel Pulido y sería también el de Páez, a quien Pulido le ofreció la posibilidad de ayudarle en la comercialización del ganado en el hato del Paguey. Fue tal la destreza que adquirió Páez en esta actividad que decidió independizarse, conquistar sus propias tierras y vender su propio ganado.
Comenzó entonces una nueva vida para José Antonio Páez, que no abandonaría jamás. Cuando todavía ejercía de pequeño comerciante, en uno de sus acostumbrados recorridos de Acarigua a Barinas, conoció en el pueblo de Canaguá a Dominga Ortiz Orzúa, huérfana de diecisiete años con quien se casó en esa ciudad en julio de 1809. La vida conyugal se vería interrumpida por causa de la llamada Gran Guerra iniciada en 1811, y se nutriría únicamente de encuentros infrecuentes hasta 1821, año en que apareció Barbarita Nieves en la vida del futuro caudillo. Dos hijos nacieron del vientre de doña Dominga: Manuel Antonio y María del Rosario.
La independencia de Venezuela
Como tantos otros venezolanos, Páez había permanecido ajeno a la intentona independentista del precursor Francisco de Miranda, que había encabezado en 1806 dos expediciones militares fracasadas al poco de desembarcar. Dos años después, sin embargo, las circunstancias históricas llevaron a una coyuntura mucho más favorable para aquellos criollos que aspiraban a la independencia: en 1808, Napoleón invadió España y obligó al monarca español a abdicar en favor de su hermano, José I Bonaparte.
Ello desató la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), conflicto que fue en gran medida una desgastadora guerra de guerrillas alimentada por el rechazo popular al rey francés, cuya autoridad fue contestada con el establecimiento en Sevilla de una Junta Suprema de España e Indias, relevada en 1810 por el Consejo de Regencia de Cádiz. El vacío de poder en la metrópoli fue aprovechado por los múltiples grupos que, desde variados puntos de la geografía hispanoamericana, venían conspirando por la independencia de las colonias.
En la Capitanía General de Venezuela, el golpe de mano tuvo lugar el 19 de abril de 1810: el capitán general de Venezuela, Vicente Emparan, hubo de renunciar a su autoridad en beneficio de la nueva Junta Suprema de Venezuela, teóricamente subordinada al Consejo de Regencia de Cádiz y, por ende, al depuesto monarca español Fernando VII. En la práctica, y a instancias de la Sociedad Patriótica fundada por Francisco de Miranda, el Congreso Constituyente convocado un año después proclamó la independencia de Venezuela (5 de julio de 1811) y emprendió la redacción y sanción de una Constitución Federal.
En realidad, más que una contienda separatista, el estallido de una verdadera guerra civil fue la consecuencia más inmediata de la declaración de independencia de Venezuela. Las diferencias entre los criollos patriotas y los criollos adeptos al todavía prisionero rey español Fernando VII no fueron sino una de las aristas del conflicto; el bando realista comandado por Domingo de Monteverde, que se oponía también al levantamiento, halló la mayoría de sus fuerzas militares en los recién configurados ejércitos de pardos y esclavos. La cuestión de fondo era una lucha entre clases y castas por la tenencia de la tierra, por la obtención o pérdida de privilegios políticos y por las reivindicaciones estamentarias de los desposeídos.
Nada diferente sucedía en los Llanos de Apure, donde la situación se vivió como un confuso llamado a las armas. Las noticias llegaban por intermedio de algunos dueños de haciendas, quienes, aterrorizados por la posible pérdida de sus tierras, decidían armar sus propios ejércitos. Tal fue el caso de Manuel Pulido, quien no tardó en convocar a Páez para que le ayudara a entrenar a sus hombres en pro de esta causa defensiva. En esta maraña de confusiones, cuyo resultado sería la derrota y capitulación de Francisco de Miranda (que había sido nombrado «generalísimo» del ejército republicano) y la caída de la Primera República en 1812, José Antonio Páez se definió como patriota y se incorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido.
El regreso de José Antonio Páez a los Llanos se produjo en 1813; en 1814 se trasladó a Mérida, donde permaneció hasta septiembre del mismo año, cuando volvió nuevamente a los Llanos. No saldría de este territorio hasta 1818, cuando sumó sus tropas a las del ejército del futuro «Libertador de América», Simón Bolívar, que había relevado a Miranda en el liderazgo del movimiento independentista. Páez, se dice, siempre estuvo enfrentado contra los realistas, con independencia de que los intereses que lo movilizaran tendieran, en un principio, más hacia la defensa de los territorios que hacia la llamada causa emancipadora.
Reclutado y prófugo del batallón realista a cargo de Antonio Tíscar en 1813, Páez logró armar progresivamente un poderoso ejército patriota que ya para 1818 era una de las principales fuerzas con las que contaban los independentistas. La estrategia de reclutamiento era la de ofrecer tierras a cambio de lealtad militar; esta táctica se convirtió en una de las armas más poderosas a favor de la definitiva obtención de la independencia en 1821, pero también fue lo que permitió a Páez convertirse en uno de los principales latifundistas del país.
Hasta 1816, las batallas libradas por José Antonio Páez como capitán de caballería perseguían sólo el propósito de la defensa y conquista de nuevos territorios; la batalla de las Matas Guerrereñas, en noviembre de 1813, es uno de los combates que se destacan de este período. Entre 1816 y 1818, sin embargo, José Antonio Páez se consolidó como jefe supremo de los ejércitos llaneros. Su carisma era impresionante, y su temeridad, no sólo en la estrategia del combate, sino también en el desconocimiento de la jerarquía de mando cuando lo consideraba necesario, le permitieron ganar adeptos en su escalada hacia la posición de máximo caudillo.
Fueron los tiempos de las famosas batallas de Chire, Mata de la Miel, Yagual y Mucuritas; en ellas se peleaba con arma blanca, se hacía el rodeo al enemigo, y se empuñaba la lanza con la cual la víctima caía abatida, luego de haber sido levantada casi a la altura de dos metros por el impacto del arma sobre su cuerpo a la velocidad del centauro. Se atacaba por varios flancos en forma simultánea, por la retaguardia y especialmente a contragolpe, el estilo preferido del caudillo, quien se hizo famoso por la táctica de "vuelvan caras", "¡vuelvan, carajo!" o "volver riendas", que consistía en hacerse perseguir por el enemigo y repentinamente darse la vuelta y emprender el contraataque. Fueron también los tiempos del retorno del rey Fernando VII al poder y del temible general realista Pablo Morillo, llamado el Pacificador, a quien no se lograría vencer sino hasta 1821.
Con el propósito de unificar los ejércitos venezolanos, Simón Bolívar se trasladó a los Llanos para entrevistarse con el general Páez; el encuentro se produjo el 30 de enero de 1818 en el hato Cañafístola. La unión de ambos ejércitos se realizó de manera inmediata, gracias a la predisposición de Bolívar a otorgar tierras a los llaneros y al carisma de Páez para seducir a sus hombres. Páez convenció a Bolívar de seguir una estrategia que los llevaría a enfrentarse con Pablo Morillo en las riberas del Apure y a vencerlo en la famosa batalla de las Queseras del Medio, el 2 de abril de 1819; con ello obtuvieron Páez y sus soldados el galardón de la Cruz de los Libertadores.
En 1821, después de un año de relativa calma, Bolívar rompió la tregua que había pactado con el general Morillo. Páez, acatando las órdenes del Libertador, partió a su encuentro desde Achaguas hacia San Carlos el 10 de mayo de 1821, con mil infantes, mil quinientos jinetes, dos mil caballos de reserva y cuatro mil novillos. La cita tenía como propósito planear la estrategia de aquella contienda conocida como la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821), en la cual se venció definitivamente a los ejércitos realistas de Venezuela. "El bizarro general Páez (diría Bolívar al vicepresidente de Colombia), a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas. [...] La conducta del general Páez en la última y en la más gloriosa victoria de Colombia lo ha hecho acreedor al último rango en la milicia, y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido en el campo de batalla el empleo de General en Jefe del Ejército."
La Cosiata
La batalla de Carabobo supuso la consolidación irreversible de la independencia de Venezuela; pero dos años antes de llegar a esta culminación, Simón Bolívar había ya comenzado a materializar su proyecto de construir una gran confederación al estilo estadounidense con las colonias liberadas. En 1819, el mismo año en que la victoria de Bolívar sobre los españoles en la batalla de Boyacá dio la independencia a la actual Colombia, quedó constituida en el Congreso de Angostura la «Gran Colombia» (1819-1830). Presidida por el mismo Bolívar, la flamante República agrupaba por el momento Venezuela y Colombia; pronto se incorporarían a ella Ecuador y Panamá.
La Venezuela adherida a la «Gran Colombia» había quedado dividida en tres departamentos: Venezuela (provincias de Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Barinas y Apure), Orinoco (provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona y Margarita) y Zulia (provincias de Maracaibo, Coro, Mérida y Trujillo). En 1821, José Antonio Páez asumió el cargo de comandante general del ejército del departamento de Venezuela, en cuyo ejercicio, lejos de consolidar la unión de la nueva gran república (como deseaba y esperaba Bolívar), acabaría convirtiéndose en el líder del movimiento de separación de Venezuela conocido como «La Cosiata» (cosa pequeña).
El clima de inestabilidad política existente en toda la Gran Colombia en 1825 sería aprovechado por Páez para iniciar su escalada definitiva al poder. Después de la toma del castillo de Puerto Cabello en noviembre de 1823, Páez se desligó progresivamente del poder ejecutivo y ejerció su poderío militar de forma independiente y extralimitada. En enero de 1826, Páez se vio implicado en las acciones represivas llevados a cabo por los batallones Anzoátegui y Apure, a propósito del reclutamiento de la población, en las ciudades de Caracas y Valencia.
Tales hechos llevarían al senado colombiano a suspenderlo de su cargo en virtud de las denuncias que habían presentado contra él las municipalidades de Valencia y Caracas. Páez debía comparecer ante el congreso colombiano, pero se negó y prefirió secundar las revueltas que, en su nombre, promovieron sus allegados. Ante el miedo a una nueva guerra, José Antonio Páez fue repuesto en sus funciones el 6 de abril de 1826.
La Cosiata estaba en proceso, y los conspiradores veían en la figura del caudillo al hombre capaz de consumar la separación de Venezuela de la Gran Colombia. A mediados de mayo de 1826, Páez fue nombrado jefe superior civil y militar de Venezuela; sin embargo, se comprometió a cumplir las leyes siempre y cuando se desconociera la autoridad de Bogotá, y el cabildo de Caracas y otras municipalidades secundaron su propuesta. Páez había sido instado entonces por los conspiradores, entre los que se encontraba Miguel Peña, a convocar una Asamblea Nacional Constituyente, y fijó para el 10 de enero de 1827 el inicio de las sesiones.
Bolívar, enterado de los acontecimientos en Perú, regresó a Venezuela con el objeto de poner orden, implantó una serie de medidas y ratificó a Páez en su cargo de jefe superior civil y militar. El fracaso de la Convención de Ocaña (1828), en la que fue imposible limar las asperezas, llevó a Bolívar a autoproclamarse dictador de la Gran Colombia, en un desesperado intento de salvaguardar la unidad. Venezuela, sin embargo, continuó su proceso de separación y, a finales de noviembre de 1929, una Asamblea celebrada en el Convento de San Francisco de Caracas desconoció la autoridad del Libertador y entregó el poder a José Antonio Páez.
En la presidencia de Venezuela
El 13 de enero de 1830 Páez estableció un gobierno provisional y convocó elecciones; el 20 de febrero se reunieron las Asambleas primarias que eligieron a los diputados del Congreso Constituyente de Valencia; el Congreso, reunido a comienzos de mayo, nombró presidente provisional de la República de Venezuela a Páez, quien formó gobierno con la camarilla que siempre le había acompañado. Comenzaba entonces la ingente tarea de pacificar y construir un Estado que comprendía un territorio empobrecido y desarticulado de aproximadamente un millón de kilómetros cuadrados, con una población aproximada de 700.000 habitantes.
El Congreso aprobó una Constitución pactada de corte centro-federal y nombró a José Antonio Páez, en marzo de 1831, presidente constitucional de la República de Venezuela para el período 1831-1835. El caudillo, que sería el eje central de la política venezolana hasta 1847, organizó una nueva oligarquía, hallada entre los antiguos hacendados y dueños de hatos, los generales beneficiados por el reparto de tierras, los comerciantes y la clase mantuana de siempre. Las bases del gobierno, aunque con algunos descontentos, eran medianamente sólidas.
La figura de Páez servía como mediación entre el Estado y los excluidos, mientras la oligarquía aseguraba su continuidad en el poder mediante el establecimiento de la participación censitaria en las elecciones y el voto indirecto. El presidente no logró ejercer el poder a nivel nacional en virtud de la desarticulación en la cual se encontraba el país, dominado por caudillos regionales sobre todo en las zonas de Oriente y los Llanos. Sin embargo, Páez dictó algunas medidas de importancia, como la organización de las finanzas públicas, la eliminación del sistema de alcabala y la supresión del monopolio del tabaco y de los derechos de exportación del café y el algodón.
El panorama político de 1834 perfilaba unos comicios reñidos. José María Vargas, representante del poder civilista, resultó electo por mayoría para el período 1835-1839. Pero inmediatamente estalló la llamada «Revolución de las Reformas», originada en las filas del ejército y liderada por Santiago Mariño, y nuevamente José Antonio Páez entró en escena con el objeto de pacificar la situación. En calidad de ministro de la Defensa logró apaciguar la insurrección; fue famoso su «Decreto Monstruo», en el cual se establecía la pena del cadalso para los cabecillas de la revuelta.
A pesar de haber implantado importantes medidas, sobre todo en la educación y la salud, José María Vargas renunció a su mandato en mayo de 1836, entre otras razones porque consideraba que Páez no le brindaba suficiente apoyo. El León de Payara fue otro de los apodos que recibió Páez con motivo de haber sofocado una segunda revuelta en 1837, mientras Carlos Soublette se encontraba a cargo de la presidencia.
En 1838 José Antonio Páez fue elegido nuevamente presidente constitucional (1839-1843). En este período Páez tuvo que afrontar el deterioro en los intercambios entre los países monoexportadores y los países en proceso de industrialización, pese a lo cual logró cancelar un 33 por ciento de la deuda contraída durante la guerra. Creó la Sociedad de Amigos del País y en 1842 repatrió los restos del Libertador. Paralelamente se creó la sociedad liberal caraqueña, futuro Partido Liberal de Venezuela, y el periódico El Venezolano, órgano de divulgación de la organización liberal, en franca oposición al gobierno. Antonio Leocadio Guzmán se erigió entonces como uno de los líderes de la oposición.
Hacia 1847, el partido liberal había cobrado fuerza en varias ciudades y barriadas del territorio nacional; su carácter policlasista vaticinaba la guerra civil que enfrentaría a los venezolanos a partir de 1859. En marzo de 1847, José Tadeo Monagas asumió la presidencia de la República con el apoyo de José Antonio Páez, como estrategia de los conservadores para calmar las aspiraciones de los liberales, encarnadas en figuras como el citado Antonio Leocadio Guzmán y Ezequiel Zamora.
El «Monagato» y la Guerra Federal
Sin embargo, no tardaría en instaurarse el llamado «Monagato» (1847-1858), década en que José Tadeo Monagas alternó el poder con su hermano José Gregorio Monagas, y Páez comenzó a sufrir las penas de la defenestración. En 1848, José Tadeo Monagas cometió un atentado contra el Congreso, y Páez asumió la defensa del mismo, esta vez por la vía del alzamiento y la revuelta. La primera asonada llevada a cabo por Páez en Calabozo y San Fernando terminó con la derrota del caudillo, quien huyó sin pensarlo dos veces a Nueva Granada. Desde Ocaña pasó a Santa Marta, en donde embarcó hacia Jamaica, Saint-Thomas y Curazao, para planear desde allí su segunda expedición.
El 2 de julio de 1849 desembarcó en la Vela de Coro con la intención de armar un ejército, pero falló en su intento y fue hecho prisionero y llevado al castillo de San Antonio en Cumaná. Mientras duraba su presidio, Páez era visitado por su hija María del Rosario y su esposa doña Dominga, reaparecida después de treinta años. Gracias a las diligencias de la esposa ante José Tadeo Monagas, Páez logró salir en libertad y embarcarse en el buque Libertador rumbo a Saint-Thomas. Hasta allí lo acompañó su mujer (28 de mayo de 1850) para cerciorarse de que llegaba en buenas condiciones, y cumplido tal propósito regresó para no volver a verlo jamás. De Saint-Thomas pasó Páez a los Estados Unidos, donde fue recibido con todos los honores en las ciudades de Filadelfia, Nueva York, Baltimore y Washington.
El país lo seguía aclamando ante las arbitrariedades cometidas por los hermanos Monagas; tal circunstancia explica su última participación en la vida política venezolana. Caído ya el Monagato, el presidente Julián Castro (1858-1859) lo nombró jefe militar. Había estallado la Guerra Federal (1859-1863), conflagración civil entre conservadores y liberales en la que el septuagenario fundador de la República iba todavía a tener su papel. Páez, en Valencia, organizó una confabulación para ser aclamado dictador cuando triunfara el bando conservador, y sin más se marchó nuevamente a Nueva York.
A su regreso, la coalición conservadora, encabezada primero por el presidente Manuel Felipe de Tovar (1859-1861) y luego por Pedro Gual, lo nombró comandante general de todos los ejércitos del gobierno. La estrategia de Páez era reconciliarse con los federales, pero esto irritó sobremanera al presidente Gual, quien entonces fue hecho prisionero; acto seguido se nombró a Páez dictador (1861). Sin embargo, sus intentos de negociación fracasaron, y en 1863 Antonio Guzmán Blanco le propuso abandonar el poder y firmar un acuerdo, el Tratado de Coche, por el cual se comprometían ambos bandos a terminar la guerra.
Los últimos diez años de la vida de José Antonio Páez estuvieron nutridos por los viajes que nunca había podido realizar y sus recuerdos, que convirtió en gloria. En su autobiografía evoca instantes como aquellos en Valencia cuando, para agradar a su amada Barbarita, representó Otelo junto a Carlos Soublette; o aquellos otros en que su figura de caudillo se transformaba por instantes en la de un excelente violonchelista.
Después de una larga estancia en Nueva York, todavía tuvo tiempo de visitar Brasil y Uruguay, y de establecerse en Buenos Aires, donde compuso una canción a una niña, intentó negociar con cuero de ganado y fue nombrado brigadier general de la nación por el presidente Domingo Faustino Sarmiento. Regresó a Nueva York, de donde salió nuevamente hacia el sur en febrero de 1872. Cruzó el istmo de Panamá para viajar a Perú, donde fue recibido con honores, y vía México volvió a Nueva York, donde falleció el 6 de mayo de 1873.
La autobiografía de Páez revela las múltiples facetas de un hombre que, movido por el azar de una guerra civil con tinte independentista, pasó de peón de hacienda y comerciante de ganado a jefe de los ejércitos llaneros y gran caudillo de la patria. Un panorama de alianzas políticas y militares necesarias en un escenario de máxima inestabilidad trazó las circunstancias que posibilitaron a un individuo de condición humilde convertirse en presidente de la República y en el gran defensor de Venezuela. En este sentido, la multiplicidad de intereses que albergó la Independencia de Venezuela y el nacimiento de la República encuentra su representación máxima en la figura de José Antonio Páez.
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