Aquella mañana del 10 de enero de 1860 traía consigo aires premonitorios. Lo decía el extraño movimiento de la maleza que se avivaba con la brisa llanera. La tropa federal seguía su paso hacia San Carlos que a la distancia se mostraba en un torbellino de humo. "¡Tierras y hombres libres!", era la consigna febril que cada guerrero entonaba frente a aquel panorama.
La resistencia era hostil. Un misterioso llamado hizo dirigir al general a un patio aislado para ubicar el fuego enemigo. Luego de ir señalando con su índice el movimiento de su ejército, un estremecimiento brutal lo hizo trastabillar: un golpe plomizo, nítido, sólido, le daba de repente en el rostro. Dobló las rodillas y cayó súbitamente. Sólo cuando su edecán lo volteara para verlo de cerca podría descubrirse la desgracia: un río de sangre brotaba de su ojo derecho. Era el fin.
De esta manera caía asesinado hace ya ciento cuarenta y siete años el Valiente Ciudadano, el General del Pueblo Soberano, líder indiscutible de la causa federal y héroe inexpugnable de la libertad: Ezequiel Zamora (1817-1860).
El disparo que cegó la revolución
La muerte del general Ezequiel Zamora fue el suceso definitivo que opacó el protagonismo de las masas populares en la segunda mitad del siglo XIX. Teniendo como marco la Guerra Federal (1859-1863), la figura de éste carismático líder venezolano nos dibuja la lucha ideológica y política entre las tendencias conservadoras y liberales de la época que pugnaban por el mantenimiento del orden social y político que imperaba desde tiempos de la Independencia y la anhelada justicia social, abolición de la esclavitud y el derecho a la propiedad de la tierra para las clases subalternas.
Liberales y conservadores llevarían a las armas la definitiva resolución de sus prerrogativas. Nos salen al paso dos preguntas importantes: ¿Cómo entró a esta ola efervescente Ezequiel Zamora? ¿En qué momento fue empujado a tomar el camino de los sables para imponer el sueño federal?
En efecto, entra al escenario político a la edad de 29 años. Estaba para aquel entonces radicado en Villa de Cura; era dueño y comerciante de una pulpería de la ciudad, lector insaciable de las prédicas liberales que desde Caracas llegaban en el periódico El Venezolano. Tales lecturas despertarían el afán ideológico y político de Ezequiel Zamora, que lo haría participar en el proceso electoral de 1846, donde los dos bandos por primera vez se medían a través de los votos.
El resultado fue el mismo en todo el país: atropellos, anomalías, y un proceso electoral violento, hicieron que el triunfo liberal se frustrara. Luego de haber sido capturado en 1847 en su esfuerzo insurreccional por llegar a Caracas, y luego de escaparse de la cárcel de Maracay, Zamora regresaría a Coro desde Curazao el 23 de febrero de 1859, para dar comienzo a una de las guerras más sangrientas de nuestra historia, sin saber que su destino estaba escrito en una bala traicionera...
Los retratos hablados de los supuestos asesinos
No se le había dado sepultura al cadáver del general Ezequiel Zamora y ya el torbellino de acusaciones establecía sus propios culpables. Las pocas personas que sabían del mortal acontecimiento, en medio de la desesperación irrefutable, brindaron sus posibles veredictos. Nada más confuso: para unos, el disparo lo habría realizado un centralista; para otros, el disparo habría venido desde las filas liberales.
En el primer caso se señaló a Telésforo Santamaría, soldado centralista, "robusto, como de treinta años, cara redonda, lampiño, color prieto...". Apunta la fuente que "como a las 11 de la mañana, el soldado Telésforo Santamaría, disparó un tiro desde el solar de la casa de Manuel Hernández Sierra hacia el solar de la casa que ocupaban Desiderio y Federico González...", donde se encontraba el general Zamora inspeccionando al descubierto.
En el segundo caso se acusa a un tal sargento Morón, de las tropas liberales, nativo de Coro e hijo de José Aquilino Morón. No nos ofrece más el retrato, aunque fue suficiente para que unos oficiales federales fusilaran —el día siguiente— a un individuo con el mismo apellido en San Isidro. Pero el retrato de Morón se hace aún más nebuloso: se le achaca haberle disparado desde la torre de la Iglesia de San Juan con un rifle del mismísimo general Juan Crisóstomo Falcón, dirigente del bando liberal y cuñado del Valiente Ciudadano.
¿Se trataba de una vil traición? O más claramente: ¿era Ezequiel Zamora víctima de una conjura planificada por sus propios compañeros de armas?
"Pele el ojo, General, no se descuide un solo momento..."
Jesús María Hernández, general del ejército federal, nos brinda uno de los testimonios más impactantes de esta historia: "Pele el ojo, General, no se descuide un solo momento porque el General Falcón juntándose con los suyos meditan darle un balazo, y después de hecho este atentado, no hay remedio y pobres de nosotros", le habría dicho a Zamora. Premonición exacta para unos o testimonio radicalizado para otros, la acusación trae consigo a un hombre importante: el general federalista Juan Crisóstomo Falcón.
En efecto, entre Falcón y Zamora existía una clara rivalidad al momento de dirigir el avance federal. Entre 1858 y 1859 ambos tendrían patentes choques de autoridad, donde uno desautorizaba al otro. "Es evidente que éstos representaban dos tendencias muy diferentes para el liberalismo, y que tarde o temprano tenía uno u otro que arrancar la autoridad a su contrario o provocar ambos un tremendo cisma [...] Con todo el carácter mismo de Falcón basta para alejar la idea de un asesinato emanado de sus resentimientos o premeditado por él", apunta el escritor y erudito venezolano Lisandro Alvarado.
Y si aceptáramos esta idea, nos asalta una duda: ¿Por qué entonces se enterraría el cadáver de Zamora en el más absoluto secreto? ¿Era para tapar la conjura desalmada o era, en definitiva, para que la moral de la tropa federal no se viniera al suelo? Lo cierto fue que cuatro hombres —entre ellos Antonio Guzmán Blanco, hijo de Antonio Leocadio Guzmán y futuro mandatario venezolano— enterrarían en el patio, en una de las casas vecinas, al General del Pueblo Soberano, pala a pala, entre el silencio frío de la noche...
Zamora y la Historia
No se ha probado ni sometido al rigor histórico el hecho de que el móvil del asesinato de Zamora fuera la vil traición, a pesar de lo mucho que se ha invocado, pero el asesinato del líder popular sigue abonando sus propios discursos. Una bala del centralismo parece, en todo caso, el hecho más aceptable: ésta habría venido de la zona sur de San Carlos, desde el balcón de la casa de los Figueredo —a decir por el orificio y trayectoria del disparo—, donde el fuego enemigo era potente y de férrea resistencia. Telésforo Santamaría habría sido el ojo del huracán que desató la tragedia entonces, tirando fríamente del gatillo para perderse en la espesura de la historia...
El carácter secreto del entierro hecho por Antonio Guzmán Blanco y tres soldados más es un capítulo misterioso, pero ocultar la tumba de Zamora no evitaría que la tropa se desmoralizara, y de igual modo se sentirá frustrada frente a aquel suceso. Nos asalta una interrogante que todavía yace en la completa oscuridad: ¿por qué entonces Emilio Navarro, Higinio de Bustos y Prudencio Vásquez, testigos presenciales del suceso y militares fieles a Zamora, aseguraron ser víctimas de persecuciones por parte de Guzmán Blanco para que no revelaran aquel secreto? ¿Sería para asegurarse el sitio exacto del sepelio con la intención de rescatarlo luego? ¿O para proteger al difunto de las manos enemigas?
La imagen del Valiente Ciudadano nos exige en estos momentos una relectura de su trayecto vital, proyectándolo desde sus más particulares dimensiones humanas hasta el más amplio complejo histórico y político de su época: sólo así su ejemplo y sus consignas podrán ser comprendidas fielmente.
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